- Lo primero que llama la atención cuando uno se asoma a la programación del ciclo de conferencias es quizás la envergadura de la propuesta, su ambición, no es fácil proyectar algo así, ¿no? Cómo surge la idea.
El grupo mk2 ha consolidado en Francia una experiencia exitosa en lo que se refiere a programar en sus cines actividades culturales, especialmente ciclos de conferencias, en su mayoría dedicadas al cine pero también hay ponencias de contenido filosófico o estético. De modo que Jacques Brizard, director de mk2 en España, me ha propuesto diseñar un ciclo que versara sobre el cine español. Antes de pensar en otras cinematografías parecía oportuno empezar por el cine español que no conocemos tan bien como creemos. Cabe señalar que es una labor de equipo de la que soy la cabeza visible frente al público pero todo se ha valorado en colaboración con el gerente del cine mk2 Palacio de Hielo, con el director de contenido y con el responsable de comunicación.
- Ya sabemos que cada conferencia aborda una cara distinta del paisanaje cinematográfico español, ¿pero qué pueden esperar los asistentes a las mismas? ¿Cómo sueles afrontar tus proyectos divulgativos?
Efectivamente, estamos ante un público que acude al cine, no ante historiadores, universitarios, críticos o estudiantes de cine. Ortega y Gasset decía que “Mirar es pensar con los ojos”. Si las personas que asisten a las sesiones tienen poco a poco la sensación de aprender a mirar con mayor atención, lo considero un logro. Se trata de buscar un equilibrio entre la solidez del contenido y un tono acorde con el momento y el lugar. Intento ser riguroso sin ser erudito ni exhaustivo. Por ejemplo, en la sesión dedicada a Buñuel, me he limitado a hablar de sus tres películas españolas. Con respecto a Almodóvar he elegido siete manifestaciones del deseo en su filmografía, haciendo caso omiso de otros muchos aspectos de su obra. Cuando me pregunté cómo enfocar la sesión sobre Saura decidí rápidamente prescindir del muy estudiado “período Querejeta” y ceñirme a sus películas posteriores. Y para la sesión que preparo sobre Erice he escogido su creciente nostalgia por los orígenes del cine que atraviesa toda su obra. Lo importante es entreabrir una puerta para que les personas que lo deseen puedan profundizar después.
- Al margen de tu faceta como formador, también eres escritor y realizador, ¿te ha ayudado esta experiencia en un proyecto como Travesías?
Tener una experiencia “desde dentro” ayuda a ver con rapidez y lucidez y a seleccionar extractos. Ayuda a enfocar, literalmente.También permite comprender quizá mejor el proceso creativo y a destacar ecos, correspondencias o parentescos, pero también casualidades y tropiezos. Y más apasionante aún es discernir cómo un cineasta ha conseguido adoptar un punto de vista para contar su historia. Por otra parte, la labor de escritura crítica es un ejercicio de reflexión que permite establecer puentes entre disciplinas, épocas y lugares diferentes. Para mí es esencial tratar de convertir algo complejo en algo aparentemente sencillo para que lo disfrute el público. Es una labor de síntesis. Mi misión consiste en compartir, no en convencer.
- Recuerdo que Jean-Luc Godard discutía con Michel Piccolí en Deux fois 50 ans de cinéma français sobre la necesidad de que el estado francés se preocupara más de cuidar el legado cinematográfico del país, de recuperarlo y de darlo a conocer mejor. Según tu dilatada trayectoria, ¿cómo ves el caso español? ¿Crees que se conoce bien nuestro cine o faltan más iniciativas como esta? La 2, por ejemplo, lleva ya tiempo programando ‘Historia de nuestro cine’.
Hace años intenté desarrollar el proyecto de una serie de diez o quince episodios parecida a “cinéastes de notre temps” donde pudiera entrevistar a directores entre los cuales Basilio Martín Patino, José Luis Borau, Iván Zulueta, Antonio Drove, Francisco Regueiro. Nadie manifestó interés. Desde entonces muchos de ellos han muerto. Es un mero ejemplo que muestra la falta de apoyo de quienes deberían fortalecer el legado artístico. El pintor Ramón Gaya dijo con razón: “El genio, en España, no parece tener continuidad. En todo lo español decisivo encontraremos esa contradicción dura, inhóspita, de lo irrepetible.” Lo cierto es que hay en España muchas carreras cinematográficas truncadas. Si además se rompe la cadena de la tradición es difícil suscitar el interés de las nuevas generaciones, es como volver a empezar una y otra vez. En este sentido, el excelente programa de La 2 “Historia de nuestro cine” cumple una función pedagógica muy clara y muy necesaria. Ojalá haya más programas que ayuden a educar la mirada. Pero no seamos pesimistas, veo en la actualidad una mayor toma de conciencia por parte de los promotores culturales, ya sean críticos, programadores, historiadores, profesores, asociaciones, por reivindicar ese legado.
- Al igual que ocurre en otros ámbitos artísticos, a veces da la impresión de que el cine español sigue sintiendo un poco de complejo de inferioridad frente a otros cines. Sin embargo, tanto si atendemos al viaje que propones fijándonos en los nombres propios: Erice, Berlanga, Almodóvar, Fernán-Gómez…, como si nos detenemos en los géneros —noir, documental, fantástico…— no parece que esta idea tenga fundamento alguno. ¿Abandonar ese cierto derrotismo y valorar nuestro legado pasa por conocerlo mejor a nivel popular —como sugería Godard—, y no sólo en los círculos cinéfilos?
Sin embargo, el cine policíaco actual y el cine fantástico despiertan algo más que curiosidad e interés fuera de España, por no hablar del cine documental. De nuevo tiene que ver con denostar lo propio para encumbrar lo ajeno. No creo que sea derrotismo, sino desprecio. En La silla de Fernando, codirigida por Luis Alegre y David Trueba, le preguntan a Fernando Fernán-Gómez si cree que, como se suele repetir, el pecado español es la envidia. Contesta más o menos lo siguiente: “No, creo que el mayor pecado español es el desprecio por la excelencia. ¿El Quijote? Dicen unos, no está mal, tampoco es una gran cosa.” Por mi parte, no lo expresaría mejor. Y sí, estoy plenamente convencido de que hay salir de las capillas de cinéfilos para acercarnos a los demás espectadores. Como oyente y alumno siempre me convencen más los comunicadores, no necesariamente los más brillantes, que nos hacen sentir más inteligentes porque quieren ser comprendidos, se expresan con sencillez y no excluyen a nadie, a diferencia de aquellos que utilizan el saber como un poder. Eso intento: ser simple y directo.
- Entremos en los gustos personales. Cuentas en tu web recuerdos, anécdotas, sensaciones… acerca de tu descubrimiento del cine, qué películas te cautivaron de pequeño, cómo ibas comprendiendo y aprendiendo según ibas creciendo y viendo. ¿Qué títulos del cine español recuerdas con más cariño o cuáles causaron más impacto en tu manera de ver y entender el cine?
Todo lo que vi antes de cumplir los quince años lo descubrí en la tele y, por tanto, de casualidad, sin jerarquías ni prejuicios. Mi cuna cinematográfica fue el western, disfrutaba con la densidad y la claridad de sus historias. Y me maravillaba la fuerza de sus encuadres y cómo insertaba el hombre en el paisaje. Muy pronto me di cuenta de que me gustaban bastante más las historias donde los personajes tenían más peso que la trama. Sin embargo, me deslumbró Los pájaros de Hitchcock. Era como una especie de partitura dramática. Y, de hecho, estoy cada día más convencido de que el cine tiene afinidades con la música. Luego mi bautizo cinematográfico me lo dio el cine americano de los años 70. Era un cine “de autor”, a veces descarnado, no reñido con el cine comercial. Lo sigo admirando pero ya no lo idealizo. Me gustaron bastante algunas películas eslavas por su carga sensorial y sensual. Entre aquellas Andrei Rublev de Tarkovski fue una revelación. Después me acerqué a los cines orientales, empezando por los maestros japoneses. Fue como aprender de nuevo a mirar cuando pensaba que ya sabía algo. Entre los quince y los veinticinco años admiré las obras de muchos cineastas, entre ellos un puñado de franceses e italianos, desde los pioneros del cine mudo hasta nuestros contemporáneos. Es cuando, por ejemplo, Tristana y El Sur entraron en mi vida de espectador para no salir más. Me convertí en lo que llaman un cinéfilo, pero ya no lo soy desde hace años y no me gusta nada el fetichismo cinefílico, ni esta propensión a elevar altares y condenar con tono despectivo. Ya no me anima la sed inextinguible de una exhaustividad que calificaré de vertical (conocer filmografías enteras) u horizontal (abarcar cinematografías y géneros). Entre las películas españolas vistas en la tele siendo adolescente me sorprendieron mucho El cebo y La verdad sobre el caso Savolta por lo inusuales y poco españolas que parecían. Entre las clásicas también vistas en la tele me vienen a la mente El verdugo, Los santos inocentes, El viaje a ninguna parte, y las comedias de Edgar Neville. Canciones para después de una guerra y Lejos de los árboles supusieron algunos de mis primeros descubrimientos del cine documental, pero eso fue en la Filmoteca. Pronto me llamó la atención que algunas películas muy logradas no llegaran a ser más reconocidas, como es el caso de Nunca pasa nada o Función de noche.
- Con la irrupción de las plataformas de streaming parece evidente que nuestras opciones para acceder a todo tipo de cine han aumentado considerablemente. Conociendo tan de primera mano las derivas de nuestro cine y su idiosincrasia, ¿cómo valoras el momento actual y cómo ves el futuro más inmediato en este nuevo contexto?
Me cuesta responder porque no puedo vaticinar. Me limitaré a observar que las prácticas de visionado han generado cambios en la percepción de las películas. Antes se tenía una memoria más sintética, del flujo de la historia, de sus cimientos, de sus ejes dramáticos. Hoy, gracias al hecho de poder ver una película en sus detalles más ínfimos, y tantas veces como uno quiera, la visión es mucho más analítica. Lo que se gana en precisión casi quirúrgica se puede perder en visión de conjunto. Y a la hora de escribir sucede lo mismo. Es muy llamativo que los guiones tengan en la actualidad entre 100 y 150 escenas, en los años 60/70 tenían cerca de 70, que las películas rebasen a menudo, sin razón alguna, las dos horas de duración, que el plano haya sustituido a veces la escena como unidad dramática. Y al mismo tiempo muchas películas son más rápidas pero más confusas. ¿Hacia dónde nos lleva? No lo sé, pero está claro que el tempo dramático de los “digital natives” y “millennials” es distinto. Y no digamos su agudeza visual y su capacidad de “collage”.
- Por último, ‘Travesías por el cine español’ comenzó el pasado mes de octubre en Madrid en un espacio único como mk2 Palacio de Hielo, y se desarrollará hasta junio de 2019, ¿qué puedes contarnos de la acogida que ha tenido hasta ahora? ¿Y una invitación para aquellos que aún se lo estén pensando?
Por ahora la acogida es favorable pero hay que darle tiempo al tiempo para fidelizar al público. Las personas que asistan ante todo deben sentir el placer de descubrir. Nuestra carta es muy variada y habrá quien prefiera tal o cual sabor. Después pueden, si quieren, tener el placer de bucear, ya en casa, en la obra de un director, un género o une de los lugares de los que hablemos. Eso es como estudiar idiomas: si después de la clase no tomas la iniciativa de leer, escuchar o hablar, el aprendizaje es más escaso. Luego está el placer de volver, de darse cita consigo mismo para dejarse sorprender. Y, por qué no, venir con amigos para luego charlar. Sólo hace falta dar el primer paso.