ESCRITURA

La ficción literaria “me cayó encima” sin experimentar siquiera una “vocación”. No me quedó otra opción que escribir para liberarme de lo que brotaba dentro de mí. Hasta entonces era un lector feliz. Desde entonces si me atrapa un libro, se potencia el disfrute, pero si me disgusta, mi tedio, desánimo o enojo son mucho mayores.

Difícil es describir semejante actividad idealizada por los que la desconocen. Razón no le faltaba a Joseph Conrad cuando dijo: “Mi mujer no entiende que estoy trabajando cuando miro por la ventana.”

Empecé escribiendo relatos, reunidos en un par de libros (Siete voces y Centinelas), y luego retomé una historia de largo aliento, muy arraigada y de lenta eclosión. El proceso de escritura se consolidó gracias a numerosas lecturas históricas, y no sé si llamarlas antropológicas, para dar nacimiento a la novela titulada Amerindia, el círculo de los vientos ambientada entre 1791 y 1806 en la Gran Pradera americana.

El círculo de los vientos

Finalista del premio Ateneo de Valladolid.

Sinopsis:

El círculo de los vientos es un pre-western ambientando en el Oeste americano durante la Revolución francesa y los albores del Romanticismo.

En 1791, un aristócrata francés rechaza el lema de los revolucionarios: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Duda mucho de su sinceridad y él sólo cree en la libertad. Viaja a los Estados Unidos porque la “vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” son valores fundamentales de la Declaración de independencia del país. Además, diez años atrás aquel antiguo oficial de caballería sediento de victorias militares que la paz en Europa no le pudo brindar luchó por la  creación de los Estados Unidos.

En las Grandes Llanuras, que se extienden desde Tejas hasta Canadá, los pueblos indios pasan de ser sedentarios a ser nómadas. Ignoran que el inmenso territorio llamado Luisiana, aunque bajo dominación española, es codiciado por franceses, ingleses y americanos.

El jinete francés cabalga hacia las Colinas Negras donde viven los cheyennes. No sabe este hombre atormentado por su pasado que a orillas del río Misuri lo esperan después del sufrimiento el renacimiento, la  redención y el amor.

Michael Cimino dijo que la literatura genera pensamientos y el cine sensaciones y sentimientos. Creo comprender la convicción del cineasta y la comparto. Si una película suscita reflexión, bienvenida sea, pero la puede despertar una mirada, un ademán, una voz, un efecto de luz, un fragmento musical o un sonido.

Desde mi punto de vista la obra literaria nos sume en un viaje, que podemos volver a emprender a nuestro antojo, cuando el guión nos condena a mantenernos en un umbral frustrante.

Si estilo hay en un guión se ha de percibir en el tono, en el tempo y más aún en las lagunas del relato, necesarias para que se cumpla la promesa de una película. No deja de ser una partitura, de ingrata lectura, que no cobra vida hasta ser interpretada.

Con respecto a la escritura de artículos, me ayudan a aclarar mis reflexiones sobre el cine, si bien dedico demasiado tiempo a darles forma y ritmo.

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